martes, 27 de octubre de 2009

Como la luz de una farola

Cuantas noches soñé en que por fin te tendría, en como después de haberte visto acariciando una piel que no era la mía, al fin yo también sería acariciado. No logro entender que me impulsó a hacerlo. Aún así, aquel sueño no se llegó a producir, por algún motivo no viniste donde habíamos quedado. Desolado y desamparado ante la impotencia de una noche oscura , llorando tu ausencia me encontraba agarrando una botella. Amaba esa ardiente sensación de notar toda mi garganta ardiendo, provocando la furia que yo no me atrevía a arremeter entonando mis pensamientos. Una lágrima suponía un trago; y un trago, el olvido.

¿Pero a quien pretendía engañar? todos mis amigos estaban ebrios de alcohol bailando a mi alrededor como demonios que juegan a ser felices. No era más que un ángel roto y sin fuerzas para volar, aún así empecé a caminar para deshacerme de todo ese bullicio, respaldándome bajo la luz de una farola. Entonces, apareciste tú, como si llevaras rato observándome. No me pude contener y tuve que llorar, entonces me secaste con tus suaves manos como si fuera un niño que llora por un juguete roto. Un ligero juego de muñeca alzó mi cabeza hasta el cielo. Estabas helado, por lo que quise abrazarte. Nos abrazamos, estuvimos cogidos un buen rato. Que tierno... Estuvimos horas abrazados y hablando, sin importar qué pasaba a nuestro alrededor. Poco a poco se hizo de día y aquella noche se iba ahogando...

Entonces así como la Cenicienta perdió todos sus lujos, yo te perdí a ti. Pude ver tu sonrisa una vez más, mientras decías con ilusión...
- Te veré en la próxima noche de brujas.

Acto seguido se desvaneció aquella imagen. Ante mi confusión, fui a buscar a mis amigos cuyas caras eran duras y profundamente destrozadas por el dolor. Explicándome que tu corazón había dejado de latir.